Homo Faber. Historia intelectual del trabajo, 1675-1945 by Fernando Díez Rodríguez

Homo Faber. Historia intelectual del trabajo, 1675-1945 by Fernando Díez Rodríguez

autor:Fernando Díez Rodríguez [Rodríguez, Fernando Díez]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Siglo XXI
publicado: 2014-04-24T22:00:00+00:00


Thomas Carlyle y el joven Marx

Vamos a acabar con una breve comparación de algunos rasgos relevantes de la idea de trabajo de Carlyle y del joven Marx. La comparación puede parecer a primera vista un tanto extravagante, pero creo que nos permite profundizar en ciertos rasgos básicos de las concepciones del trabajo tal y como se expresaban a la altura de la década de los cuarenta del siglo xix. Thomas Carlyle y Karl Marx pueden estar de acuerdo en un rasgo fundamental del capitalismo industrial: el trabajo asalariado como una forma de trabajo absolutamente dependiente de los patronos o empresarios, que proyecta los efectos de tal dependencia mucho más allá de la estricta relación de producción. Para Carlyle la dependencia es un hecho dado y plenamente asumido que no le importa, ni le interesa, definir en términos económicos. Para el joven alemán se trata de la dependencia del trabajo obrero respecto a los propietarios de los medios de producción, trabajo incluido, al que tratarán como a cualquier otro medio de producción, como una pura mercancía. En una cuestión básica están ambos de acuerdo: las relaciones industriales capitalistas son de desnuda y correosa subordinación del trabajo asalariado. Y, además, una subordinación no de cualquier tipo, por ejemplo, la que se circunscribe al tiempo de trabajo, sino que necesariamente involucra tanto el trabajo obrero en el tiempo y el puesto de trabajo, como la propia persona, y la vida, del trabajador dentro y fuera del taller o de la fábrica.

Para la explicación de este sorprendente rasgo del capitalismo industrial, Carlyle y Marx tienen que desarrollar un peculiar análisis según el cual el trabajo involucra necesariamente la vida completa del trabajador. La apropiación capitalista del trabajo asalariado es apropiación de la persona completa del obrero, hasta dejarlo convertido, en un caso, en una nueva figura del avasallamiento y, en el otro, en un proletario alienado. Para Carlyle esto es así y debe ser así. Su peculiar propuesta de ontologización del trabajo, hasta convertirlo en sustancia última del ser humano y reflejo de la sustancia divina, redime la posición del siervo industrial y carga de deberes al empresario-señor. Pero, ciertamente, exige un crudo avasallamiento del obrero y la persistencia del mismo. Esta transustanciación feudalizante de la sociedad industrial no es posible sin que el trabajo defina y comprometa la vida entera de los hombres, dentro y fuera del lugar de trabajo. Para Marx esto es así, aunque no tiene que ser así. Es así porque el trabajo asalariado es necesariamente trabajo alienado. No será así porque el destino histórico, y necesario, del trabajo alienado es su desalienación. Tuvimos ocasión de ver cómo el trabajo alienado se proyecta sobre todo el trabajador, sobre la obra de sus manos y sobre su propia persona, hasta enajenarlo totalmente, tanto respecto a los bienes que produce, como respecto a su verdadera condición humana. Mediante el primer movimiento el consumo es hurtado al trabajador y, además, la obra deja de tener algún sentido para su autoconfiguración significativa como Homo Faber.



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